lunes, 12 de octubre de 2009

El perro de Paulov, el gato de Schrödinger y la carabina de Ambrosio

La divulgación científica necesita cada vez más de imágenes estereotipadas que logren transmitir explicaciones complejas. Estas imágenes son ahora moneda de cambio para la transacción de conocimientos tanto entre amateurs como profesionales de la ciencia. Si alguien menciona, por ejemplo, "El perro de Paulov" (no es que Paulov fuera un perro, adjetivo denigratorio, sino que se refiere al animal doméstico sometido a múltiples experimentos elucubrados por el científico ruso) todo el mundo sabe que se habla de reflejos condicionados, reflejos estudiados sobre el pobre animal por medio de pruebas de laboratorio. Así, cuando se oye hablar del perro de Paulov, uno imagina a un pobre chucho salivando como respuesta a una señal previamente implantada en su conducta inconsciente. Ello evita tener que explicar y pormenorizar los ensayos, pruebas y demás molestias sufridas por el pobre bicho -por algún humorista cruel bautizado el mejor amigo del hombre- para satisfacer los deseos de conocimiento de Paulov y sus colaboradores. Pero la imagen funciona y evita un sinfín de explicaciones.



Lo mismo ocurre con "El gato de Schrödinger". Cuando se recurre a esta imagen uno sabe que se está refiriendo a uno de los aspectos más singulares y misteriosos de la mecánica cuántica, a saber: que los fenómenos cuánticos, necesitan, para producirse, la consciencia de un observador. Me explicaré: cuando se produce el colapso de la función ondulatoria de una partícula -que en realidad posee consistencia ondulatoria y corpuscular indistintamente-, ésta puede resultar de un signo o de otro, pero mientras alguien, un observador, no lo perciba, este resultado no existe. No es que el resultado sea positivo o negativo pero todavía desconocido, no, es más extraño: el nuevo estado de la partícula en cuestión (y sus posibles consecuencias) no existe de ninguna manera hasta que éste se verifica por la observación. ¿No lo captan todavía? Dejémoslo. Decía Richard Feymann, premio Nobel de física, que a quien no le deje pasmado la física cuántica es que no la ha comprendido. Pues bien, el gato de Schrödinger, que recibe este nombre por ser una imagen planteada por el premio Nobel de física Erwin Schrödinger, nos presenta a un gato encerrado en una caja que contiene en su interior una cápsula de gas letal. Si el resultado del colapso de la función ondulatoria de una determinada partícula resultase con spin positivo, se dispararía el tapón de la cápsula, escaparía el gas venenoso y el gato moriría. Si el resultado fuese una partícula con spin negativo, no se dispararía la cápsula y el gato permanecería vivo dentro del cajón. Pues bien, la imagen nos viene a decir que, una vez producido el colapso de la ecuación de ondas, hasta que no abramos la caja, el gato no estará ni vivo ni muerto, o estará a la vez vivo y muerto. Misterios de la física cuántica, te alabamos... señor Bohr. La realidad en el mundo cuántico, viene a decirnos Schrödinger, es en último término producto de la observación. He ahí el mensaje. La imagen de El gato de Schrödinger evita tener que repetir tediosas explicaciones como el principio de incertidumbre, la simultaneidad del carácter ondulatorio y corpuscular de las partículas, y otros detalles técnicos de este peculiar campo de la física.

Las dos imágenes de las que hemos hablado hasta ahora son imágenes foráneas, provienen de la ciencia que se hace más allá de nuestras fronteras. ¿Poseemos algo similar en España? Sí, la verdad es que sí tenemos una imagen similar que, si bien no define un proceso particular, si define la ciencia patria en su conjunto: "La carabina de Ambrosio". Nadie sabe en realidad qué significa la carabina de Ambrosio, pero todos nos imaginamos un fusil herrumbroso, de gatillo defectuoso, caños poco rectos y cartuchos con pólvora caducada. La carabina de Ambrosio define, de forma tremendamente plástica, la situación de la Ciencia española en su conjunto, un reino científico que descubre neuronas con microscopios de la señorita Pepis y diseña submarinos que patentan potencias más espabiladas, que inventa el motor de agua o descubre energías orgánicas en el Palmar de Troya. Nada más clarificador, como se ve, que la imagen de la carabina de Ambrosio.

Y aquí acaba esta disgresión sin pretensiones, una disgresión que más de un científico patrio (sin voz, sin voto y sin Nobel) no dudará en identificar con otra imagen popular por estos predios: "La flauta de Bartolo".

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Lamberto García del Cid



2 comentarios:

Anónimo dijo...

El perrito Berny, de Tannenbaum.

Darwin Bruno dijo...

Muy interesante tu Blog. Tiene buenas informaciones . Me gusta mucho, es un gusto visitarte y leerte. Trate de seguirte pero no encontré el enlace. Que tengas un buen día. Te envío un cálido saludo amigo.

http://socialculturalyhumano.blogspot.com/